Tienes estilo, aunque leas poco y apenas te gusten las obras literarias. Tienes estilo, aunque solo leas el periódico de vez en cuando, escribas emails y mensajes en las redes sociales, o cartas a tu compañía eléctrica o a tu amante. Tienes estilo cada vez que utilizas un es decir en lugar de o sea; o grosso modo en lugar de a grandes rasgos. Tú, ese, usted, aquellos, vosotras o yo tenemos una manera propia de hablar –o idiolecto–; y de escribir, el estilo. ¿Y los traductores? Pues… también. Todos.
Your Style: ¿Your Rules?
Hoy en día se nos bombardea a todas horas con el mensaje de sé tú mismo, persigue tus sueños, planta un árbol, demuestra quien eres… diferénciate o muere. Esto sirve de mucho en profesiones como publicista, marquetiniano, escritor o periodista de investigación. Pero la profesión de traductor –y de intérprete– son distintas en ese sentido: es un trabajo menos creativo que el de escritor o monologuista, se nos exige adecuarnos a las características del texto, registro, autor, audiencia, cliente o editorial.
Pero el mero hecho que no pueda traducir con la misma calidad que una persona el último grito en computadoras y robótica hace pensar que existe un componente creativo y necesario que sí que marca la diferencia, al fin y al cabo.

¿Cómo ser creativo dentro el corsé de significados del texto origen?
Pues, transmitiendo el significado mediante la interpretación de los signos tal y como los hemos comprendido (no existe la intención del autor, no la podemos conocer) y trasladándolo con nuestras palabras y giros propios de nuestro estilo en consonancia con el registro y la audiencia del texto meta.
Es decir, de la misma manera en la que adaptamos nuestro lenguaje cuando hablamos con un médico o con nuestros amigos de toda la vida: nuestras palabras siguen reflejando nuestra personalidad, y esta es reflejo de nuestras preferencias y todo lo que hemos leído, escuchado, etc. Lo que experimentamos nos transforma y nos configura; estamos en constante cambio, como diría el psicólogo Carl Rogers, pero seguimos conservando nuestra propia voz.
¿Pero no teníamos que ser invisibles?
El hombre invisible era invisible pero tenía presencia: es obvio que no podemos extralimitarnos, cambiar o añadir información que no aparece en el original (aunque a lo largo de la historia haya habido casos de traducciones muy libres), pero sí que tenemos que dejarnos llevar en nuestro idioma para sonar naturales y no detenernos en cada palabra. Es cuestión de elegancia, parsimonia: no desentonar, ser sencillo a la vez que dejamos huella en nuestros lectores.
El texto es el patrón del traje o vestido del autor/a, con los mismos colores y pensado para un determinado evento en un momento de la jornada, pero a la hora de la verdad, llevaremos, a través de nuestra escritura, puesta tal prenda, del mismo tipo y colores, totalmente a nuestra medida; y la llevaremos con nuestro porte y gracia personal y profesional.
Recapitulando, a mi modo de ver, prefiero la palabra elegancia a invisibilidad, porque no veo negativo que nuestro trabajo deje un buen sabor de boca. Somos, al fin y al cabo, coautores de las obras que traducimos. Si la gente sigue leyendo a sus novelistas favoritos traducidos es gracias a nuestra labor y saber hacer; y no a una mera traslación mecánica de palabras o signos lingüísticos.
«El recuerdo es la presencia invisible».
–Victor Hugo
Referencias bibliográficas
- Barrena, S. (2001). La traducción: una actividad creativa [en línea]. Universidad de Navarra. Recuperado de http://www.unav.es/gep/TradActividadCreativa.html [consulta: 7/5/2017]